
Se dice que en una de sus habitaciones Arthur
C. Clarke escribió
2001, y en otra
Jack Kerouac su
On the road. Era un
sitio bueno, relativamente barato (en 2010 se podía alquilar una habitación por
600 dólares el mes) y siempre se podía encontrar una excusa para no escribir y
mejor ponerse a beber. En 2011 lo cerraron y por lo que sé no se sabe todavía
qué le va a pasar. Allí murió por una sobredosis de seconal Charles Jackson, el
autor de
The Lost Weekend, que ya no
se consigue en español (lo tradujeron como
Días
sin huella) y que Billy Wilder llevó al cine memorablemente y que, cuando
fue publicada en 1944, casi le arruina
Bajoel volcán a Malcolm Lowry, que en ese momento lo tenía casi terminado pero
cargaba con una fama de plagiador y borracho impenitente y que temió que le
enrostraran que el
Volcán no era más
que una burda copia
—no había plagiado a Jackson sino que por pura coincidencia
éste había escrito otra obra maestra del alcoholismo y la había publicado
antes
—. Pero el libro de Jackson ya no se consigue, excepto en librerías de
segunda. Hay, en cambio, dos libros que sí conseguí en Libélula libros y que se
relacionan con el hotel:
Mi Nueva York,
de Brendan Behan
—Marbot ediciones
— y
Poesía completa de Dylan Thomas
—Visor
—. En el Chelsea Behan pasó sus últimos días
y escribió el libro del que hablo y del que Augusto Monterroso
dijo que libros
así “eran la máxima felicidad”. Behan fue un borracho dedicado y sin
remordimientos (“soy un alcohólico con problemas de escritura”), que dice en
Mi Nueva York que escribe para olvidar,
de tal modo que cuando el lector compre el libro, él ya lo habrá olvidado.
Puedo decir que Monterroso no mentía y sólo puedo, si me lo permiten los
libreros, señalar unas pocas de las felicidades que me trajo el libro: “… todo
el mundo parece poner cierto orgullo en creer que su país es más corrupto que
ningún otro” (p. 67). “No tiene sentido hablar de la homosexualidad como si
fuera una enfermedad. He visto a personas aquejadas de homosexualidad y a
personas aquejadas de tuberculosis y no se parece lo más mínimo. Mi actitud
hacia la homosexualidad es como la de aquella mujer que en la época del juicio
contra Oscar Wilde dijo que no le importaba lo que hiciera, mientras no lo
hiciera en la calle y asustara a los caballos” (p. 104). “Joyce envió una de
sus obras, titulada Exiliados, al Théâtre de l’Oeuvre, pero le fue devuelta.
«Sr. Joyce» podía leerse en la hoja anexa, «acabamos de librar una Guerra
Mundial y como resultado hay muchas viudas y huérfanos. Creemos que su obra
resulta demasiado triste.»
—Supongo que debería haberle puesto a Richard una
pierna de corcho o algo así para animar un poco las cosas
— le comentó Joyce
amargamente a Sylvia Beach, y aparcó la obra para seguir escribiendo el
Ulises,
que tenía prácticamente terminado. Por mi parte pienso que un poco de animación
no hace daño a nadie, de modo que he decidido titular mi próxima obra: La
pierna de corcho de Richard” (pp. 133-4). “No sé de qué tratan sus obras [las
de S. Beckett], pero sé que las disfruto. No sé de qué trata un baño en el mar,
pero lo disfruto. Disfruto el contacto con el agua” (p. 138). “Yo aprendí el
uso del whiskey a la edad de seis años, cuando mi abuelo dijo: «Dádselo a
probar ahora, y no querrá ni una gota cuando sea mayor», lo cual, supongo, es
lo más inexacto que se ha dicho en toda la historia” (p. 144). Y la poesía de
Thomas: la ventaja de esta edición es que es bilingüe y así los esnobs y los
pedantes podemos darnos gusto. En una entrevista para
The Paris Review, Anthony Burgess dijo: “a América le gusta que sus
artistas mueran jóvenes, como una expiación por los pecados de América. Los
ingleses dejan el asunto de los muertos jóvenes a los celtas, como Dylan Thomas
y Behan”. Y los jóvenes que mueren y matan fueron uno de los primeros temas de
la poesía de Thomas, lo cual me sirve también para ejercer la pedantería. En la
traducción de Margarita Ardanaz
—Visor
—, los versos “These boys of Light are
curdlers in their folly”, se vuelven: “Esos chicos de luz son heladores en su
locura”. Antes, Elizabeth Azcona Cranwell tradujo: “Los muchachos de luz en su
locura, coagulan lo que tocan”. Esto tampoco sirve, porque “are curdlers” se
refiere a lo que produce en el espectador la visión de los muchachos del verano.
Hay una palabra en español que, creo, transmite el hielo, la fascinación y el
horror de estos muchachos (que son los muchachos de Pasolini y de Fernando
Vallejo): “Estos muchachos de luz son aterradores en su locura”. A pesar de
esto, y de otros descuidos peores (“Light breaks where no sun shine” se
convierte en: “La luz irrumpe donde no brilla alguno sol”), la música, la
ingenuidad, la ironía de la visión de Thomas logran abrirse paso. Dylan Thomas,
que dijo que un alcohólico “es alguien que te cae mal y puede beber más que
tú”; que un tres de noviembre se la pasó bebiendo en la cama de su habitación
en el Chelsea, para salir a beber más en la noche, y regresar y volver a salir
a las dos de la mañana del día cuatro para
la White Horse Tavern
—donde tomó
dieciocho whiskies, “creo que es una marca”, dijo
— y luego regresar al hotel y
ser llevado al hospital a morir; que nunca supo tratar con la muerte y nos dejó
un consejo
—“No entres con calma en esa buena noche”
— y un consuelo o una
ingenuidad o una burla: “Y ya la muerte no tendrá dominio”.
3 comentarios:
La cita de Monterroso es:
«Soy mal lector de novelas. Excepto por razones profesionales, en los últimos años no he acabado de leer ninguna, aunque determinados capítulos o trozos de algunas me gusten enormemente. Tampoco leo muchos cuentos. Prefiero el ensayo, la biografía, libros científicos, algunos místicos. Diarios como los de Pepys o Bloy o crónicas de viaje como New York de Brendan Behan son la máxima felicidad.»
(Viaje al centro de la fábula, ediciones Era 1989, página 34)
Doctor Calle, muchas gracias. Busqué y busqué la cita en la internet y no pude dar con ella.
Hubieras dicho, Christian: te habrías ahorrado la búsqueda. Y ahí te topas a Pepys: ¡Cuánta suerte!
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